10 mandamientos para los padres
Por Zabdiel Torres
Hace unos días, una querida amiga me compartió «Los 10 mandamientos para los padres» que contenían algunas recomendaciones que en principio me parecieron buenas, pero al analizarlas a fondo correspondían a una corriente muy en boga que coloca a los hijos por encima de todo, un desbalance muy recurrente en varias filosofías modernas sobre la crianza de los hijos. Así que me dí a la tarea de enumerar «los mandamientos» que expresamente están dirigidos a los padres en las Escrituras o los que pueden aplicarse a la educación de los hijos. Es una lista no exhaustiva, por lo que no puedo decir que sean «los 10 mandamientos», y les llamaré simplemente «10 mandamientos para los padres».
I. Enseñarás la Palabra de Dios a tus hijos, hablando de ella cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes (Dt. 11:19)
Este mandamiento es quizá uno de los más claros y enfáticos que podemos encontrar en la Palabra de Dios dirigido a los padres. La enseñanza de las Escrituras y en particular de la Ley de Dios debe ser impartida continuamente por los padres. Si siguiéramos al pie de la letra esta instrucción veríamos que no hay mucho tiempo para otras actividades o enseñanzas. Esto no significa, por supuesto, que no debamos instruirlos en el conocimiento y habilidades de este mundo, pero sin duda la sabiduría de Dios debe ser el principal currículo en la educación de nuestros hijos.
II. Instruye a tu hijo en su camino (Pr. 22:6).
La palabra «instruir» en el original en hebreo es kanak, que significa «entrenar». La instrucción y el entrenamiento comprenden la educación de los hijos, la cual ha sido delegada por Dios a los padres. Ésta es nuestra responsabilidad y de nadie más. Es de notar que esta orden de instruir a los hijos es en relación a «su camino», es decir, en el camino de nuestros hijos y no en el nuestro, en el camino que Dios les ha preparado. Una de las más importantes tareas de los padres es entender cuál es el plan que Dios tiene para cada uno de nuestros hijos y ser guías e impulsores de esa carrera. Necesitamos pedir a Dios su discernimiento y sabiduría para conocer qué es lo que Dios quiere que enseñemos a nuestros hijos.
III. Ama a tu hijo como a tí mismo (Mt. 19:9).
Esta es una aplicación del «segundo mandamiento», considerando que en «el prójimo» también están incluidos nuestros hijos. Si bien los padres nos encontramos en una posición de mayor autoridad en la familia, delante de Dios no tenemos mayor valor o importancia que nuestros hijos. Cuando los discípulos discutían sobre quién sería «el mayor», Jesús les dijo: «Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.» Nuestros hijos nos son «de nuestra propiedad», sino herencia de Dios.
IV. Ama a tu hijo como el Señor le ama (Jn. 15:12)
Este «nuevo mandamiento» de Jesús aplica también a nuestros hijos. El Señor entregó su vida por ellos de la misma manera que entregó su vida por tí. Amarlos como Él los ama significa entregar nuestra vida por ellos. Jesucristo es quien nos enseña el verdadero significado del amor y nuestro primer campo de práctica es nuestra propia familia. No hay ministerio, misión, plan de vida más sublime y trascendental que levantar una generación para Dios.
V. Si amas a tu hijo, corrígelo desde temprano (Pr. 13:24)
Las corrientes modernas sobre la crianza de los hijos rechazan la idea de «corregir» a los hijos y les permiten toda clase de comportamiento, aún las que representan un peligro para la salud física de los niños. Los más «estrictos» se quedan solamente en establecer los famosos límites. El resultado son madres (principalmente madres, pues llevan la mayor carga) cansadas, agotadas, desesperadas, que «ya no pueden más» y que, según su propio dicho, están «a punto de enloquecer». Pero la sabiduría de lo Alto sigue dándonos instrucciones claras y precisas que funcionan y funcionan bien: «Corrige a tu hijo y te dará descanso» (Pr. 29:17). La corrección bíblica es muy importante, aunque no la única manera bíblica, para encauzar a un hijo. Si creemos que el Creador es más sabio que el hombre (un ser creado), necesitamos confiar en Sus consejos y hacer a un lado nuestros temores. El padre que en verdad ama, corrige a sus hijos.
VI. No se apresure tu alma para destruir a tu hijo (Pr. 19:18)
El balance que nos da la misma Palabra de Dios es maravilloso. Nos aconseja corregir a nuestros hijos, pero con las motivaciones correctas. Cuando el impulso de corregir proviene no del amor (que dice 1 Cor. 13 «el amor todo lo soporta») sino de la ira, debemos detenernos y pensar, pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios (St. 1:20). Si corriges enojado muy probablemente no conseguirás el objetivo de re encauzar a tu hijo en el camino correcto y lo único que harás es destruirlo en su interior y perder su corazón. Antes de corregir, piensa en tus verdaderas motivaciones. ¿Sientes que tu hijo te ha hecho algún daño en tu reputación, en tu autoridad, en tus bienes, en tu confort y por eso buscas el remedio a través de la corrección? Recuerda, el padre que ama, corrige a su hijo. El enfoque que Dios nos provee de la corrección está centrado en el hijo, no en nosotros mismos.
VII. No exasperes a tus hijos para que no se desalienten (Col. 3:21)
¿Te has fijado que aún los padres que fueron muy estrictos con sus hijos se ablandan con sus nietos? Los padres por lo general sentimos una responsabilidad muy fuerte porque nuestros hijos aprendan, se comporten y se alimenten correctamente. Aunque con buenas intenciones, muchas veces caemos en establecer demasiadas reglas que pensamos serán para el bien de nuestros hijos. Pero frecuentemente el efecto es contrario. El procurar llevar al pie de la letra estas reglas puede exasperarlos y desanimarlos (quitarles el ánima, es decir la vida). Los hijos son personas en crecimiento y formación y debemos esperar de ellos torpeza, inexperiencia, errores, desatinos, y nunca perfección, exactitud o eficiencia. La crítica constante disfrazada de corrección puede despojar a nuestros hijos de su propia fuerza y vitalidad y destruir su deseo natural por agradar a su padres. Las promesas incumplidas también son maneras de exasperar a nuestros hijos y una forma más de perder su corazón.
VIII. No te apresures en tu espíritu a enojarte con tus hijos (Ec. 7:9)
Este mandamiento que Dios nos ha dado en lo general, pero aplicado aquí a los hijos, es complementario de los dos anteriores. La paciencia es una cualidad de carácter que Dios está forjando en nosotros desde el momento mismo en que nos hizo padres. Necesitamos entender que la paternidad es una carrera de largo aliento. Los hijos necesitan escuchar la instrucción una y otra vez, repetidamente, todos los días, y aún así no podemos dar por sentado que entenderán la lección. Lamentablemente, en ocasiones solo aprenderán de sus propios errores. Es fácil enojarse cuando el vaso está lleno, basta con una gota para derramarlo. Necesitamos poner nuestras cargas en Dios constantemente, vaciar diariamente ese vaso y empezar de nuevo, viendo los errores de nuestros hijos con misericordia, como si los hubieran cometido por primera vez.
IX. Saca la viga de tu ojo para poder sacar la paja del ojo de tu hijo (Lc. 6:42)
Dicen que las palabras pueden convencer pero el ejemplo arrastra. La paternidad es una confrontación constante con uno mismo, pues lo mismo que señalamos en nuestros hijos muchas veces nosotros también somos culpables. Para poder ver claramente y sacar con mano de cirujano la paja del ojo de nuestro hijo, necesitamos primero reconocer nuestras propias fallas y corregirlas. Los errores de nuestros hijos son pequeños y de bajo impacto (son paja), mientras que los nuestros pueden marcar la vida de los que están a nuestro alrededor (son vigas). Siempre que estás trabajando en la formación de tus hijos, de alguna manera Dios también está trabajando en ti.
X. Ama y honra a Dios por encima de tus hijos (I S. 2:29)
Uno de los más grandes errores de esta generación de padres es poner a los hijos por encima de todo, de la familia, del cónyuge, incluso por encima de Dios. Él nos ha puesto como administradores de una herencia y por consiguiente rendiremos cuentas a Dios por lo que hicimos o dejamos de hacer con nuestros hijos. La felicidad de nuestros hijos no es el objetivo de la paternidad sino que la gloria de Dios sea manifestada en sus vidas. Hay muchos padres que son «obedientes a su hijos», pero necesitamos, para terminar con éxito esta carrera, ser más obedientes a Dios. Tenemos el manual del Fabricante que es la Biblia y al Fabricante mismo para guiarnos en esta tarea.
En resumen:
Gracias .Que bendicion .Dios les bendiga.
Me hacía mucha falta!, gracias